Ludy se encontraba a la espera de su siguiente cliente cuando llegaron dos hombres en una moto. Uno de ellos se bajó, entró al comercio, pretendió hacerle un pedido, sacó un arma y le disparó cuatro veces. Mientras los agresores huían, su cuerpo quedó tendido en el piso.
Por Laura Ávila y Alicia Flórez
Colombia, 28 de diciembre (InSight Crime).- El 2 de junio de 2021, Ludy Vásquez se encontraba en un local del mercado municipal de Tibú, en donde vendía frutas y verduras.
Ella era extrovertida e irradiaba felicidad, según nos dijeron personas que la conocieron cuando visitamos el municipio y que hablaron con InSight Crime. Era amigable y siempre estaba dispuesta a ayudar a las personas cuando lo necesitaban. Pero su vida estaba en peligro. Días antes, su rostro sonriente había circulado en un video, y debajo de su foto había un letrero que la señalaba como “la moza del pueblo”.
Ludy se encontraba a la espera de su siguiente cliente cuando llegaron dos hombres en una moto. Uno de ellos se bajó, entró al comercio, pretendió hacerle un pedido, sacó un arma y le disparó cuatro veces. Mientras los agresores huían, su cuerpo quedó tendido en el piso.
Ella fue la tercera mujer asesinada que había aparecido en los videos y la décima en morir en solo dos meses en Tibú. Tenía 36 años.
En Tibú ninguna muerte causó tanto revuelo como la de Ludy. Cuatro días después, el 6 de junio, Sol y su grupo de mujeres organizaron otra marcha para manifestar públicamente su rechazo a los asesinatos.
A diferencia del plantón que habían organizado en mayo, que tuvo poca acogida; esta vez sí había asistentes. Aunque algunas mujeres del grupo no conocieron a Ludy personalmente, la vieron crecer mientras ayudaba a sus padres en su negocio en el mercado.
“Ella era tibuyana y pues por eso fue que impactó, porque esa mujer no se metía con nadie. Entonces uno se pregunta por qué”, nos contó una conocida de ella.
Así que aquella mañana las calles de Tibú se llenaron de un centenar de mujeres, hombres, jóvenes, niños y niñas vestidos de blanco quienes llevaban en sus manos globos morados y blancos.
El recorrido de la marcha empezó en el aeropuerto, luego los participantes se dirigieron hacia la avenida principal y finalmente llegaron al palacio municipal, a la sede de la Alcaldía de Tibú. Allí los asistentes se quedaron sosteniendo carteles en silencio.
Las carteleras escritas por Sol y las otras mujeres no querían ofender ni acusar directamente a nadie: quienes estuvieran viéndolas tenían que percibir la marcha como un acto de paz y no como un evento desafiante.
“Las mujeres no quisieron escribir más sino puros textos bíblicos, de la vida de la mujer, que es el complemento del hombre”, nos contó Sol. “Que Dios hizo al hombre y la mujer para cuidarse. Solo algunas se animaron a escribir otras cosas como que tenían miedo, pero nada más”.
Aunque en el ambiente se sentía un mayor apoyo para protestar en contra de la violencia que se estaba dando, esto no impidió que más mujeres decidieran salir desplazadas. Sol y su grupo trataron de ayudar a quienes pudieron y en algunos casos, la institucionalidad del municipio también las apoyó.
Uno de los casos que conocieron y a quien lograron a ayudar fue a Ruth*, una mujer de 40 años. Ella y su prima trabajaban lavándole la ropa a los policías del casco urbano del municipio hasta la muerte de Vásquez. Ruth y Ludy eran amigas y mientras Ruth intentaba asimilar la noticia, un conocido le dijo que también la estaban buscando para asesinarla por trabajar con la Policía.
Inmediatamente ella acudió a la personería de Tibú donde los funcionarios tomaron su declaración, le compraron un pasaje de transporte público y le pidieron que esperara en su casa y que no saliera para minimizar los riesgos.
Al día siguiente, Ruth logró salir del municipio. A los pocos días llegaron sujetos armados a su casa y amenazaron a su prima.
“Venimos a decirle a usted y a Ruth que, si van a seguir trabajando, ayudando y colaborando a esa gente [la policía] mejor que se vayan del pueblo o miren a ver qué van a hacer porque no vamos a responder”, le dijo uno de ellos.
Tan pronto se fueron, la prima de Ruth llenó una maleta de ropa, agarró algunos utensilios de cocina y se fue sin mirar atrás.
Mientras ambas mujeres se reencontraban lejos de Tibú y planeaban cómo rehacer su vida, en el municipio la tensión crecía.
El 9 de junio, dos hombres ingresaron a la casa de Esperanza Navas, la fiscal seccional de Tibú, que llevaba más de 13 años en el municipio. Ellos la encontraron sentada frente a su computador trabajando y le dispararon nueve veces. Estaba muerta.
*Los nombres de las protagonistas fueron cambiados para proteger su identidad.